jueves, 27 de agosto de 2009

Juegos de monstruos.

Con un escalofrío fantasmal, el corazón a millón y sus manos temblando abrió la puerta de la estancia. Tenía miedo, mucho miedo de corroborar lo que ya sabia. Las lágrimas empezaron a brotar incontrolables desde sus ojos. Sabía que no había sido buena idea la de su esposo, su hija no era normal, su cerebro funcionaba de una manera totalmente diferente y por más que quisieran jamás aprendería a diferenciar lo bueno de lo malo. Para su niña todo eran juegos. Era una criatura de las sombras atrapada en una joven de 16 años, enviada por el mismísimo Satanás para atormentar la tierra. Su sangre había engendrado un demonio que ahora causaba estragos en su familia y muy pronto lo haría por doquier sin que nadie ni nada pudiese impedírselo, y lo peor de todo era que para esa criatura todo era un simple juego.

Sabía que no tenía que haber dejado entrar a su esposo en esa habitación para castigar a la niña por haber decapitado a los conejos. Ella solo estaba jugando cuando su demonio interno la dominó, ella no tenia la culpa de que en sus entrañas se escondiera uno de los peores adefesios que el mundo había presenciado. Ahora la vida de su esposo estaba en riesgo y ella lo sabía. Sabía que su hija no iba a dejarse castigar tan fácilmente por haber jugado al verdugo con los conejos y menos de la mano del hombre que ordenó su encierro a la corta edad de 7 años, cuando descubrieron al naturaleza asesina de la nenita. Ella había pecado por desobedecer las ordenes de su esposo y liberar a la niña en los ratos en los que el se ausentaba para ir a trabajar, pero si bien es cierto, ella era un ser humano, distinto pero ser humano al fin, y el encierro no le parecía la mejor manera de controlar al demonio que llevaba dentro su única hija. Ahora, la desgracia se apoderaba de su vida por aquel error tan terrible, aunque no sabia con certeza de cual era el error que había cometido. No sabía si debía lamentarse por haber dejado salir a la niña cuando su esposo no estaba, o si debía lamentarse por haber engendrado un monstruo, o tal vez tenia que pedir perdón por el hecho de existir ella misma. El caso es que ahora el horror gobernaba la expresión de su rostro al entrar en aquella habitación. Las lágrimas comenzaron a brotar con mayor ímpetu al presenciar aquella abominación: su hija, su pequeña y dulce doncella de 16 años, vestida de raso blanco y encajes de seda negro, manchaba el piso de madera con la sangre fresca de su amado progenitor. El rostro terso de la doncella, de un blanco marfil, se veía maculado por el rojo líquido que corría por sus labios, sus delicadas facciones de ángel eran distorsionadas por la expresión de placer que reflejaba al saborear aquel fluido vital, mientras su madre se horrorizaba por el espectáculo.

Para el monstruo solo era un juego: una sombra malvada había intentado hacerle daño y ella se había defendido, y el resultado que obtuvo fue una fuente de delicioso alimento que le provocaba placer y a la vez ansias de más. Su paladar se regocijaba al probar aquel néctar escarlata y sus sentidos enloquecían al morder la carne caliente de aquella sombra malévola. Y aun así, quería jugar un rato más. Pero para su madre la vida se había convertido en una pesadilla: su hija se había convertido en lo que más temía y en lo que sabía que era inevitable. El demonio interno de su niña la había dominado por completo y ahora no sabia si podía ser controlado.

Pero así como el destino es rudo y cruel, también es benévolo y condescendiente. El sufrimiento de aquella mujer no duraría mucho pues, las ansias juguetonas de su hija crecían conforme se enfriaba el cadáver tieso del hombre malo, y para el monstruo todo era eso: un juego, y precisamente eso fue lo que hizo con su madre, jugar a dale vida eterna, una existencia mas allá de lo que conocemos, una existencia inmortal en un mundo de juegos, en la memoria de un monstruo.